
La valentía es justo lo
contrario, es despertarse por la mañana con la intención firme de agradarte a
ti mismo, de disfrutar con todos los acontecimientos que ese día te vaya
poniendo por delante. Es emprender la acción olvidándote por completo del
tiempo y del espacio. Ya no hay nadie a quien agradar ni nadie que te someta a
nada. Ya no vives en contra de ti mismo, todos los muros que habías creado a tu
alrededor se van derrumbando. Por muchos ‘fracasos’ o inconvenientes que vayan
apareciendo en el camino, tú sabes que has actuado de la mejor manera posible,
completamente conectado con tu corazón. Ser valiente es ir a de la mano de la
propia vida, dándote cuenta de que cada error cometido es una oportunidad de
solucionarlo, ya que si no te das cuenta el error te seguirá persiguiendo hasta
que lo soluciones.
Cuando por fin empiezas a vivir
con la sana intención de agradarte a ti mismo, es como si la vida te dijera –por fin, ya era hora- y todo empieza a
girar a tu favor. Es darte cuenta de quién eres y la vida cobra todo su
significado. Empiezas a sentir una enorme gratitud por todo lo que te rodea,
por todas las personas y recursos que tienes a tu disposición, empiezas a
percibirlo todo de una manera muy diferente. Te liberas de forma inmediata de
echarle la culpa a los demás de tu malestar y resentimiento, y también de
sentimientos de culpabilidad ya que de forma simultanea empezarás a tratarte y
a hablarte a ti mismo de una manera más comprensiva.