Qué fácil es confundirnos y atormentarnos con absurdas ideas
que nada tienen que ver con nuestra auténtica naturaleza, y que gran descubrimiento
es darse cuenta por fin, que no somos nada. No soy mi nombre, ni mi historia,
ni las cosas que me rodean, ni lo que escucho ni lo que pienso. En el momento
que suelto todos los pensamientos lo que queda es un infinito espacio vacío
donde las cosas pasan sin tener que hacer absolutamente nada. Es en ese espacio
donde las cosas vuelven a la normalidad ante mi atenta mirada, es donde dejo de
creer y empiezo a vivir. Cada pensamiento, cada acontecimiento es una
interferencia dentro de ese espacio, que por sí mismo es pacífico, bondadoso y
acogedor. Soy el espacio sin el cual nada puede ocurrir y desde el cual puedo
ver un universo entero y donde se me ponen delante infinitas posibilidades en
las que poner mi atención.
Las personas tenemos una idea tan idealizada de nosotros
mismos que somos capaces de hacer auténticas barbaridades por defender esa
mentira mental construida a través de lo que los demás nos dicen que deberíamos
ser y lo que a nosotros nos gustaría ser. Ambas cosas son mentira; son creencias
que puedes soltar en el momento que percibes que eres el espacio donde todo eso
ha surgido, ya que si fueras cualquiera de esas creencias no podrías darte
cuenta de ellas. Nadie puede ver nada si no se separa un poco para ver, y si te
puedes separar no puedes ser eso.
Que perdida de vida tratar de detener el movimiento,
aferrarse a objetos, personas o ideologías que entran en nuestro espacio y a
las que te vuelves vulnerable y manipulable si te identificas con ellas; y que
diferente es vivir disfrutando y aprendiendo de todo lo que entre en ese
espacio de paz individual y que apenas percibimos por estar inmersos en nuestro
sistema de ataque o defensa de lo que pensamos que somos.
La dignidad de los seres humanos radica en nuestra capacidad
de darnos cuenta, de aprender y de disfrutar de todo lo que aparece delante de
nosotros De distinguir lo que nos perjudica de lo que nos aporta paz,
abundancia, salud y armonía de forma individual y colectiva. Saber que somos
espacio es algo que está a disposición de todos y es la máxima forma de
expresión de respeto y libertad por nosotros mismos y por los demás. El espacio
no tiene la capacidad de dañar a nadie; es el orgullo, la vanidad individual y
la identificación con lo que no somos la causa de todos nuestros problemas. Es
el momento de reconocerlos y dejar que se evaporen en nuestro espacio igual una
mala película. Es tan absurdo y patético el espectáculo que vemos cada día
delante de nuestros ojos en forma de acontecimientos causados por un sistema
humano obsoleto, dañino y a la deriva; defendido con armas, mentiras y
opiniones vertidas por los medios por gente absurda que creen que son algo, que
mientras más actúan más pronto desaparecen en la nada.
La humanidad está viviendo la época donde todas las mentiras
están al descubierto, donde la gran pregunta que los grandes pensadores se han
hecho siempre es simple y evidente -¿quién
soy?: nada; ¿qué hago aquí?: disfrutar de lo que aparece en mi espacio; ¿cómo
lo hago?: respetando el espacio de los demás.
Igual que cuando un moscardón entra en tu casa abres la
ventana y se va, ábrete a la puerta del espacio y deja que lo absurdo se
disuelva solo. Si estás aquí es porque mereces disfrutar de la vida y de la
tierra, no te niegues ese derecho ni se lo niegues a los demás.